“Estos nuevos pequeños han transformado esas familias aportándoles amor y felicidad

Hace unos años, un gran colombiano, a quien tuve el honor de conocer, don Germán Montoya, me invitó a participar en la junta directiva de la Casa de la Madre y el Niño (La Casa).

Una cosa es recibir los comentarios, aun los más entusiastas, y otra cosa percibir desde adentro la magnitud de lo que esta entidad ha hecho, hace y seguramente seguirá haciendo en bien de muchísimos niños y familias de Colombia y del mundo.

El impacto que le causó a doña María López Michelsen el destino de los niños abandonados en Colombia, cuando ofrecía su voluntariado en el Hospital San José, a principio de los años 1940, fue su inspiración para crear esta maravillosa obra que se convirtió en la primera institución de adopción en nuestro país.

Desde entonces, un número enorme de familias han recibido estos nuevos pequeños que han transformado esas familias, aportándoles amor y felicidad y convirtiéndose, a su vez, en seres humanos educados y que le aportan a la sociedad.

La adopción es uno de sus principales programas de La Casa, pero está complementado con planes para proteger familias frágiles y mujeres con pocas alternativas de salir adelante. La Casa también atiende, hoy, jóvenes y madres cabeza de hogar embarazadas en riesgo, así como niños con dificultades cognitivas y/o de comportamiento que requieren gestión especial.

Participar de esta gestión, por intermedio de su junta directiva, no solo ha sido un enorme honor sino un gran compromiso; sobre todo, por el alto estándar que tuvo doña María y el entusiasmo y entrega de Bárbara Escobar, sus hijas y sus voluntarios, verdaderos apóstoles.

Han pasado 80 años, toda una vida y no menos de dos generaciones. Los problemas que se afrontan, y cuyas consecuencias negativas se pretenden minimizar, se han multiplicado. Los siguientes años seguirán siendo retadores para La Casa que debe asegurar su sostenibilidad, lograr los más altos estándares de calidad, procurar la cobertura necesaria, mantener una infraestructura adecuada, y contar con el recurso humano calificado y comprometido. Debemos hacer todo para impulsar a esos niños, adolescentes y madres en riesgo y hacer de ellos unos seres humanos rectos, activos y de bien para la comunidad. Estos son los retos para La Casa para sus próximos 80 y más años.

Para esto se necesita el espíritu, valentía y determinación de su fundadora; la dedicación, amor y compromiso de sus gestoras, y también el acompañamiento propositivo y racional del Estado, y la comprensión y generosidad de quiénes pueden contribuir a la causa. El entendimiento de la sociedad es prioridad absoluta. El trato que una sociedad les dé a sus niños (en todos los sentidos) es la cuota inicial de lo que esta será en el futuro.

Felicidades a todos aquellos que han tenido que ver en el maravilloso devenir de La Casa, y mi agradecimiento por darme la oportunidad de ser partícipe en tan maravillosa obra.

Luis Ernesto Mejía Castro

Bogotá, julio de 2023

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